LAS FURIAS
exposición individual de Ornella Pocetti
04.04.24 - 04.05.24
SOBRE LA EXPOSICIÓN
Estas pinturas son como parte de un conjuro. El extrañamiento lo toma todo. Intimida una presencia espectral, atávica, esotérica, pero no estrictamente pagana. Es difícil no pensar en las similitudes con la obra de dos artistas como Leonora Carrington y Remedios Varo, dos iconos de lo surreal en la pintura, que comparten con Pocetti no tanto una similitud en cuanto a las figuras no humanas y semibestiales, que aparecen en la obra de las tres, sino por la pesadumbre de una atmósfera onírica y fantasmagórica; reflejan la infinita capacidad hechicera de la pintura. Pero las criaturas en los cuadros de Carrington y Varo son estrictamente surrealistas, deformes, alejadas de la mimesis, en cambio en Pocetti reconocemos lo figurativo, cierto realismo que representa criaturas reconocibles, aunque sean irreales. Podemos ver que hay cuerpos similares al de los humanos pero que parecen haber sido sometidos a algún tipo de experimento frankensteano. Manifiestan el alma de una pesadilla, pero sabemos que habitan un mundo concreto en la dimensión de lo real. La pintura no sueña, pues es un objeto inanimado, aunque nosotros deseamos despertar por el miedo cuando vemos estos cuadros.
Son criaturas sin tiempo, que nos sumergen en el terror y el misterio. Nos preguntamos en qué época han nacido, en qué momento fue que se escaparon del infierno.
“Me paré sobre la arena del mar y vi subir del mar una bestia que tenía siete cabezas y diez cuernos; en sus cuernos tenía diez diademas, y sobre sus cabezas, nombres de blasfemia. La bestia que vi era semejante a un leopardo, sus pies eran como de oso y su boca como boca de león”.
Este fragmento del libro del apocalipsis resulta preciso para describir la poética que hay en estos cuadros, donde la ensoñación que nos envuelve, al igual que en la visión del profeta, nos abandona en una imagen del futuro sin redención alguna.
Sabemos que estas criaturas no son del pasado, pero que pueden serlas del presente, donde el holocausto nuclear es inminente, donde laboratorios y corporaciones trabajan en secreto alterando la genética humana, y sometiendo a los animales a los peores vejamenes en aras de experimentar y lograr que todas las distopías diseminadas por un sin fin de libros y películas se vuelvan una realidad. La ciencia y la técnica han llegado a niveles de perversión tales que a nadie le sorprendería hoy cruzarse en la calle a un hombre lobo o un minotauro.
Nos fueron educando para que el cuerpo humano se prepare para futuros injertos; piénsese sin ir más lejos en el proyecto de Neutralink, que comanda Elon Musk. Experimento que el filósofo esloveno Slavoj Zizek define como algo “Donde seremos controlados sin saber que somos controlados”, ya que la idea de Neutralink es insertar diminutos chips en nuestro cerebro para supuestamente integrarlo con la inteligencia artificial y ayudar a combatir daños severos que podamos tener a raíz de lesiones o enfermedades. Estos chips son controlados desde una computadora que puede estar a kilómetros de distancia, por lo tanto, nuestro cerebro perdería su independencia y pasaría a ser manipulado de forma externa, sin saber el propietario del cerebro, que las acciones que realiza ya no le pertenecen, aunque jamás sea consciente de ello. El capitalismo en su faceta nanotecnológica persigue el sueño de la esclavitud perfecta. Esclavos sin la posibilidad de usar su propio cerebro.
¿Qué vemos aquí?
Mutantes con glamour, una mariposa radioactiva colgada en un alambrado expulsa pelotas de uranio. Ojos inexpresivos, como si estuvieran muertos, reflejan la mirada de una post-homo sapiens, que se quema en el recuerdo de sus antepasados. Un rojo brillante cómo el de la sangre, ilumina la fiesta. No hay sol, no hay luna. Todo transcurre en un siniestro crepúsculo. Una niña de perturbador rostro sin mueca alguna, recibe impávida el espeso líquido que cae del pico de dos palomas de actitud imperial y poseídas por una fuerza mayor. La mirada de la niña refleja la melancolía de un autómata, el grito de la subjetividad atrapada en la alienación, el individuo prisionero de los sueños de una máquina.
Deambulan escombros de memoria, un mañana donde el humano finalmente ha sido derrotado y sin embargo persisten la falta y el pecado original.
Un ojo panóptico que exhibe la aniquilación del tiempo. Una doncella hecha de sombras es atravesada por una rosa-flecha, pero no sabemos si el ataque fue externo o autoinfligido. El flechazo pegó desde arriba y en vez de derrumbar a la criatura, la abduce hacia el cielo. El látex negro funciona como la protección adecuada en este bosque de nihilismo encantado. Se percibe la pesada bruma del juicio final. Una ventana sin rejas ni vidrios por donde entra el silencio infinito y se ve la ausencia de sociedad. En la parte superior hay una llave que solo sirve para cerrar. La acompañan una vela encendida y derretida; signo eterno de la técnica abrazada a lo fantástico. También hay un ojo dentro de un molusco gasterópodo, vigilando que la soledad sea absoluta. El aire se siente tóxico y lento. Nadie está muerto, pero tampoco muy vivo. Hay una presencia importante de insectos; andan por allí caracoles y cucarachas, acostumbrados a sobrevivir a la catástrofe. Una figura femenina de unos ojos enrojecidos y piel de zombi exhibe una especie de diario que lleva de portada un escarabajo de grandes magnitudes, unas manos sin cuerpo la rodean como saludando y celebrando al insecto. Como un jardín de las delicias devastadas.
En otra de las pinturas, un caracol gigante camina al paso de otro cuerpo semihumano, de fondo vemos una casa vacía y tapiada que emana el ruido del abismo. Nuevamente aparece un alambrado, que no determina los límites de ninguna propiedad privada, más bien expresa un rumor que atormenta; en el futuro la tierra estará habitada por monstruos que escaparon de los laboratorios.
Es un mundo pre civilizatorio y post apocalíptico, feudal y rupestre y a la vez post capitalista, si bien no hay máquinas, ni funcionando ni destruidas, no hay cadáveres de ciudades, no hay ruedas, no hay objetos voladores alienígenas, hay criaturas alienadas, pero no trabajan.
Los ojos de un dios macabro recorren las distintas obras. Pocetti nos sumerge en una alucinación bestiaria, nos pone de frente ante una lúgubre imagen del futuro, donde la extinción de la especie humana deja de ser una expresión de deseo y se convierte en una realidad. La tierra ha sido tomada por las criaturas tecno-feudales. La ciencia ha sucumbido y fue devorada por sus propios demonios.
Texto por César González
SOBRE ORNELLA POCETTI
Ornella Pocetti nace en Buenos Aires en 1991. Estudió Artes Visuales en la Universidad Nacional de Arte de Buenos Aires, formándose en paralelo en diversos talleres y programas. En el 2015 realiza su primera muestra individual en la galería Acéfala de Buenos Aires y en 2019 recibe la beca del reconocido Programa Artistas x Artistas. Asimismo forma parte del colectivo artístico "Viento Dorado".
Sus obras han sido seleccionadas en el concurso Salón Nacional (2021), Salón Felix Amador (2018 y 2019) en el Fondo Nacional de las Artes (2018), Premio Itaú (2019), Salón Nacional de Rosario Castagnino - Macro (2018) y en el X Premio Nacional de Pintura Banco Central (2017), recibiendo una mención en los últimos cuatro. Fue seleccionada como residente del programa Fountainhead en el año 2022. Su trabajo se ha expuesto en diversas galerías de Miami (Mindy Solomon Gallery, Jupiter Contemporary), Buenos Aires (Fundación El Mirador), Berlin (Weserhalle), Londres (Pictorum) y Milán (Plain Gallery), entre otros lugares.